Tal como avanzaba en el anterior post, al día siguiente, viernes 25 de marzo nos esperaba una fantástica comida colombiana en casa de Roberto (Quique) Lastra, su esposa, Alba, y su hijo, Diego. Una más que deliciosa comida ( los mejores patacones – plátano verde frito- , sin comparación, que hasta ahora hemos probado!), con una agradabilísima sobremesa, charlando sobre lo divino y lo humano, especialmente la actualidad política y social colombiana.
Para el sábado, nos esperaba viajar hasta Santa Marta, pues desde allí teníamos cerrado un tour a la Ciudad Perdida, en la Sierra Nevada de Santa Marta.
La Sierra forma parte del Parque Nacional Natural Tayrona, es el relieve montañoso más alto del Caribe y constituye un sistema aislado de los Andes. Es la formación montañosa litoral más alta del mundo, alzándose desde la costa del Caribe hasta una altura de 5775 metros. Fue declarada por la UNESCO Reserva de la Biosfera y Patrimonio de la Humanidad, dada la red de ecosistemas que alberga y que son hogar de varias comunidades indígenas. En la sierra habitan los kogui, los arhuacos, los wiwas y los kankuamos, descendientes de los tayronas.
Así que el sábado, fuimos a Santa Marta. Nos llevó un amigo de Javier, Walter, amabilísimo, nos acompañó hasta nuestro hotel en la zona vieja de la ciudad. Santa Marta, capital del departamento de Magdalena, es la ciudad mas antigua existente de Colombia, y fue allí donde murió Simón Bolívar. Cuenta con un centro histórico que nos gustó mucho, y con el Museo del Oro, que guarda algunas de las piezas encontradas en los distintos asentamientos tayrona, aunque la mayor parte se encuentran en Bogotá.
El domingo nos dirigimos a la sede de Guias y Baquianos, con quienes habíamos concertado el tour. De cuatro días de duración, el objetivo es visitar la Ciudad Perdida, o Teyuna en lengua kogui.
Comenzamos con un viaje de tres horas en Jeep, desde Santa Marta hasta Machete, ya dentro del Parque Tayrona, donde comenzará la subida hasta la ciudad. Conocemos a nuestro guía, Daniel Suárez, un gran conocedor de la Sierra y de su historia, una persona única con la que tuvimos el privilegio de compartir esta aventura. A lo largo de los cuatro días, tuvimos la oportunidad de conocerlo, a él, y, de primera mano, la historia de esta sierra, dado que Daniel ha sido protagonista en todas y cada una de las sucesivas etapas de su historia contemporánea.
La historia reciente comienza por la ocupación de la misma por campesinos, que huían de la violencia en el interior del país, allá por los años 50. En los 70 se imponen los cultivos de marihuana, de los que vivieron muchas familias hasta la prohibición y posterior fumigación por el gobierno de Colombia. Mas tarde, se impondría el cultivo de coca, así como la presencia de la guerrilla colombiana y de los paramilitares. Asimismo, la explotación de la sierra se completó con el expolio de los tesoros procedentes de las tumbas de los tayronas en los diferentes asentamientos que éstos tuvieron en la misma, siglos atrás, hasta la llegada de los colonizadores, denominándose este proceso la “Guaquería”. Cientos de tumbas fueron profanadas para su saqueo, llegando a existir en la ciudad de Santa Marta un vasto mercado negro de oro, piezas de alfarería, etc. Cuando empezó a afluir turismo, estas familias, que antaño se dedicaron a todas estas actividades, se organizaron para explotar esta afluencia, de forma que ellos mismos autogestionan el turismo, construyen las cabañas, organizan las rutas etc, de forma casi totalmente autónoma. Actualmente, unas 1500 familias viven del turismo. Una ejemplar reconversión, que personalmente, me admiró.
Conocemos también al resto de nuestro grupo,tres chicas inglesas, un suizo, un norteamericano y un alemán. Todos en la franja de edad entre los 20 y los 30, que es la media de los que se animan a hacer esta subida, muy dura por la angostura de los caminos, y las fuertes pendientes. Nosotros decidimos hacer parte del trayecto en mula, que es el vehículo “oficial” de la sierra, puesto que no hay carreteras, pistas, ni nada que se les parezca.
El primer tramo es de aproximadamente 6 kilómetros caminando hasta la primera cabaña donde cenaremos y pernoctaremos, la Cabaña de Adán. Nosotros pudimos hacerlo en moto, el recorrido es por momentos peligroso, puesto que el camino es muy accidentado y a veces transitamos por sendas de un metro de ancho, con desfiladeros a ambos lados, pues se circula por la cresta de la montaña.
Las cabañas son alojamientos muy sencillos, apenas unas literas construidas en madera, con un par de duchas y uno o dos baños, si bien están siempre ubicadas a la vera del río, generalmente el Buritaca, y cerca de piscinas naturales con un agua límpida y muy fresca.
La cabaña de Adán será el último lugar en el que dispondremos de energía eléctrica, las próximas están ya en los “retiros” indígenas, los cuales no quieren saber nada de electricidad ni semejantes inventos. Con lo cual, la comida se transporta en mulas. Y, dado que arriba no hay neveras, podréis imaginar que los menús son bastante sencillos, a pesar de los esfuerzos del ayudante de Daniel, Kunga, y que será el cocinero del grupo. Tras la cena, nuestra primera gran tertulia con nuestro (ya y para siempre) amigo Daniel.
El lunes nos levantamos a las cinco de la mañana, para desayunar y empezar la caminata, bosque húmedo tropical arriba. Para este día contaremos con una mula para nuestras dos mochilas, también nos turnaremos para montarla y así suavizar el ascenso. Éste es una maravilla, el paisaje es alucinante. No hay que olvidar que Colombia es el segundo país más biodiverso del mundo y, con respecto a su extensión, el que más especies de seres vivos alberga. Además, la Sierra es el centro de endemismo continental más importante del mundo por su elevada riqueza de especies de fauna y flora únicas. Pararse en medio del camino para recobrar el aliento y escuchar cantos de pájaros de todo tipo ( aquí viven más de 36 especies endémicas de aves); o el rumor del río Buritaca, allá abajo; ver enormes mariposas Morpho, de un color azul indescriptible y de hasta 20 cm de envergadura; mariposas Reina; mariposas Ojo de Búho....
En total, este segundo día ocupa unas ocho o nueve horas, ya sea caminando o en mula, cosa que os aseguro también es bastante dura. Parada para comer, ya en zona indígena. Pasamos muy cerquita del asentamiento Kogui de Mutanyi, son cabañas circulares con techo de paja, con sus techados rematados en dos pináculos, que representan sus dos picos sagrados, los más altos de la Sierra, Pico Colón y Pico Bolívar. Según su visión cosmogónica, éstos dos picos los conectan, en sus propias palabras, “como antenas” con el cielo y con el resto del mundo. De ahí que los reproduzcan en cada una de sus casas.
Aunque no entramos en ninguna (ellos quieren preservar su intimidad y tampoco se nos ocurriría invadirla), Daniel nos contó que cuentan con un fuego en el centro, elemento principal y representación de su dios principal, Seiyanqua o el Sol. El hombre duerme en una hamaca o coy, y la mujer con los niños en el suelo. Jamás mantienen relaciones sexuales dentro de la cabaña, siempre en la selva, pues creen que engendrar un ser humano en un espacio cerrado hará que su mente también sea cerrada.
A última hora de la tarde llegamos a la cabaña “Paraíso Teyuna”, ya a tan sólo un kilómetro de la Ciudad Perdida.
El martes toca otra vez levantarse al alba (hay que aprovechar el frescor de la mañana). Un kilómetro de caminata en el que superaremos un desnivel de 400 metros, con partes del camino realmente difíciles. Vadeamos el río Buritaca, y nos esperan los 1200 escalones que conducen a la Ciudad Perdida. Escalones con una fuerte pendiente y de reducido tamaño, no apto para los pies europeos.
Ciudad Perdida, Teyuna (en tayrona) o Buritaca 200 (nombre del sitio arqueológico), fue construido por los Tayronas entre los siglos VII y VIII de nuestra era. Bastante antes que Machu Picchu, la civilización Tayrona es anterior a la inca.
No es el único asentamiento de la Sierra, también en la costa, dentro del parque Tayrona, está el asentamiento Pueblito. Pero sí es el más importante, el más grande, el corazón de todos los asentamientos tayronas, y el que ofrece una aventura como la que estamos viviendo. Un viaje que marca para el resto de tu vida, y en el que aprendes con cada paso que das hasta alcanzarlo.
Sobre el descubrimiento de la Ciudad, podéis consultar la historia oficial, pero yo prefiero contaros la que a nosotros nos contó Daniel.
Como os comentaba al principio, en esta Sierra se llevó a cabo el expolio de tesoros precolombinos, aquí llamado guaquería. Europeos y norteamericanos financiaban estas campañas, en las que, principalmente, se saqueaban tumbas. Acostumbraban los tayronas a enterrar a sus muertos arrodillados, con las manos en posición de rezo, y, sobre sus cabezas, todo un ajuar de oro, cobre y piezas de barro, la riqueza del “tesoro” era acorde con la posición social del difunto. La sierra se llenó de excavaciones “piratas”, de suerte que, como os contaba, un enorme mercado negro existió en Santa Marta.
Así que, un padre y su hijo, ambos guaqueros, estaban cazando para comer en la ribera del Buritaca. El hijo descubrió un enorme muro, y una entrada, por la que se accedía a los escalones. Hoy este muro ya no existe, debido a un alud en una montaña cercana que provocó un súbito crecimiento del río que se lo llevó. Subió el hijo los escalones, la ciudad llevaba casi cuatro siglos inhabitada, y, aún con la abundancia de maleza, se dio cuenta de la magnitud del emplazamiento y de las potenciales riquezas. Pero no se atrevió a entrar, cosas de espíritus. Bajó y se lo contó a su padre, que decidió volver a la mañana siguiente y hacer entrar a los perros que los acompañaban. Si éstos salían con vida, ellos entrarían después. Así lo hicieron, y comenzaron a excavar los tesoros. Y a comerciar con ellos en Santa Marta. Otros guaqueros, al percatarse del dinero que súbitamente manejaban, los siguieron y, en unos meses, más de treinta personas “trabajaban” en la ciudad. La cantidad de piezas que pudieron extraer y vender es incalculable. La violencia que generó también.
Hasta que un norteamericano decidió denunciar el hecho ante las autoridades colombianas. Pero ya había transcurrido unos tres años de saqueo.
Fue entonces cuando una comisión, formada por arqueólogos, antropólogos etc suben al asentamiento y lo declaran Patrimonio Arqueológico Nacional, comenzando su investigación y parcial reconstrucción, así como la encomienda, primero a la Policía y más tarde al Ejército, de la vigilancia para evitar mas saqueos.
De esta forma, se pudo recrear y teorizar sobre su construcción, desarrollo, usos y costumbres.
Se cree que en la Ciudad Perdida vivían entre 4000 y 10000 personas, abarcando una extensión de más de 12000 metros cuadrados. Teyuna está formada por aproximadamente 200 terrazas, cada una de las cuales albergaba viviendas. Puentes y sistemas de drenaje permitían la supervivencia de estas estructuras, frente a las lluvias torrenciales. Casas, plazas, áreas ceremoniales, mapas de la ciudad y de la sierra tallados en enormes piedras, escaleras, depósitos, prisiones....Se cree que la selva todavía esconde otros 9000 metros cuadrados entre la exuberante vegetación.
Recorrimos una parte de la Ciudad, e incluso visitamos al mamo, o chamán, con su eterna bola de coca en el carrillo, y nos obsequió con unas pulseras a Julia y a mí, que protegerán nuestra salud. Después, iniciamos el descenso, de nuevo a la cabaña tres para almorzar, y después dormir en la cabaña dos.
Tras la cena, y gracias a las buenas relaciones de Daniel con los indios, pudimos charlar con Fermín, un kogui. Él nos explicó, resumidamente, la visión que ellos tienen del Cosmos y de la vida.
Según nos dijo, las cuatro tribus descendientes de los Tayrona difieren en sus usos y costumbres diarias, pero comparten una única visión cosmogónica.
Ellos, los “hermanos mayores” viven y cuidan de la Sierra, cuidando asi de la naturaleza de todo el mundo. La Madre Tierra es concebida como un cuerpo, un ente orgánico, de tal forma que, cuando nosotros, a los que llaman “hermanos menores”, la agredimos, estamos mutilando partes de ella. Ellos sólo toman de la tierra lo necesario, no sobreexplotando para conseguir dinero para conseguir comprar más cosas, como hacemos los “menores”. Así, la Madre nos da lo que cosechamos: guerras, destrucción y catástrofes. Son ellos,los “hermanos mayores”, los encargados de mantener el adecuado equilibrio. Cuidando su mundo, cuidan el de todos. He de reconocer que esta infantilización del hombre occidental, que, como niño, destroza todo lo que tiene a su alcance, me abrió bastante los ojos.
Los dos picos sagrados, el Colón y el Bolívar, son antenas mágicas que los mantienen en permanente conexión con el Cosmos y con el resto de la Tierra. A los pies de estos picos, hay lagunas con el agua pura glaciar. Allí van todos los mamos a realizar sus ofrendas dos veces al año. .
Cada emplazamiento tiene su Mamo, enseñado desde niño a distinguir las plantas que curan, a impartir justicia y a comunicarse con los dioses. Para ello pasan meses en cabañas a pie de glaciar.
En todos los poblados cultivan la hoja de coca, son las mujeres las que la recolectan. Ellos la tuestan y la mascan. Sólo los varones adultos pueden consumirla. Cuando llegan a la mayoría de edad, el Mamo, mediante ceremonia, les confiere su cualidad de adultos, así como una esposa, y un poporo, recipiente donde llevan la concha marina molida que mezclan en su boca con la bola de hojas de coca, y que hará posible, junto con la saliva, extraer el alcaloide a la planta. Según sus palabras, mascar hoja de coca les confiere, físicamente, fortaleza, y, espiritualmente, poder. Su uso les está permitido por el Gobierno de Colombia, puesto que así consumida no tiene nada que ver con la cocaína, que pasa por procesos y aditivos químicos.
La visión de los kogui con respecto al futuro es pesimista. Creen que los “hermanos menores” estamos acabando con el mundo. Ellos tratan de contrarrestarlo, en su pequeño, aislado y bello rincón. Son nuestros guardianes y cuidadores frente a La Madre Naturaleza.
Fue una reveladora e instructiva charla, un momento único que jamás olvidaremos.
Al día siguiente, más caminata, más mula. Y, finalmente, el miércoles por la tarde, estábamos de vuelta en Santa Marta. Aunque ya no éramos los mismos. Algo cambió en ese ascenso, en ese contacto puro con la naturaleza, en esa charla con nuestro Hermano Mayor.
Por hoy, nada más. Y nada menos.
De nuevo en nuestra casa flotante, desde Marina Puerto Velero, besos, abrazos, amor.
Para el sábado, nos esperaba viajar hasta Santa Marta, pues desde allí teníamos cerrado un tour a la Ciudad Perdida, en la Sierra Nevada de Santa Marta.
La Sierra forma parte del Parque Nacional Natural Tayrona, es el relieve montañoso más alto del Caribe y constituye un sistema aislado de los Andes. Es la formación montañosa litoral más alta del mundo, alzándose desde la costa del Caribe hasta una altura de 5775 metros. Fue declarada por la UNESCO Reserva de la Biosfera y Patrimonio de la Humanidad, dada la red de ecosistemas que alberga y que son hogar de varias comunidades indígenas. En la sierra habitan los kogui, los arhuacos, los wiwas y los kankuamos, descendientes de los tayronas.
Así que el sábado, fuimos a Santa Marta. Nos llevó un amigo de Javier, Walter, amabilísimo, nos acompañó hasta nuestro hotel en la zona vieja de la ciudad. Santa Marta, capital del departamento de Magdalena, es la ciudad mas antigua existente de Colombia, y fue allí donde murió Simón Bolívar. Cuenta con un centro histórico que nos gustó mucho, y con el Museo del Oro, que guarda algunas de las piezas encontradas en los distintos asentamientos tayrona, aunque la mayor parte se encuentran en Bogotá.
El domingo nos dirigimos a la sede de Guias y Baquianos, con quienes habíamos concertado el tour. De cuatro días de duración, el objetivo es visitar la Ciudad Perdida, o Teyuna en lengua kogui.
Comenzamos con un viaje de tres horas en Jeep, desde Santa Marta hasta Machete, ya dentro del Parque Tayrona, donde comenzará la subida hasta la ciudad. Conocemos a nuestro guía, Daniel Suárez, un gran conocedor de la Sierra y de su historia, una persona única con la que tuvimos el privilegio de compartir esta aventura. A lo largo de los cuatro días, tuvimos la oportunidad de conocerlo, a él, y, de primera mano, la historia de esta sierra, dado que Daniel ha sido protagonista en todas y cada una de las sucesivas etapas de su historia contemporánea.
La historia reciente comienza por la ocupación de la misma por campesinos, que huían de la violencia en el interior del país, allá por los años 50. En los 70 se imponen los cultivos de marihuana, de los que vivieron muchas familias hasta la prohibición y posterior fumigación por el gobierno de Colombia. Mas tarde, se impondría el cultivo de coca, así como la presencia de la guerrilla colombiana y de los paramilitares. Asimismo, la explotación de la sierra se completó con el expolio de los tesoros procedentes de las tumbas de los tayronas en los diferentes asentamientos que éstos tuvieron en la misma, siglos atrás, hasta la llegada de los colonizadores, denominándose este proceso la “Guaquería”. Cientos de tumbas fueron profanadas para su saqueo, llegando a existir en la ciudad de Santa Marta un vasto mercado negro de oro, piezas de alfarería, etc. Cuando empezó a afluir turismo, estas familias, que antaño se dedicaron a todas estas actividades, se organizaron para explotar esta afluencia, de forma que ellos mismos autogestionan el turismo, construyen las cabañas, organizan las rutas etc, de forma casi totalmente autónoma. Actualmente, unas 1500 familias viven del turismo. Una ejemplar reconversión, que personalmente, me admiró.
Conocemos también al resto de nuestro grupo,tres chicas inglesas, un suizo, un norteamericano y un alemán. Todos en la franja de edad entre los 20 y los 30, que es la media de los que se animan a hacer esta subida, muy dura por la angostura de los caminos, y las fuertes pendientes. Nosotros decidimos hacer parte del trayecto en mula, que es el vehículo “oficial” de la sierra, puesto que no hay carreteras, pistas, ni nada que se les parezca.
El primer tramo es de aproximadamente 6 kilómetros caminando hasta la primera cabaña donde cenaremos y pernoctaremos, la Cabaña de Adán. Nosotros pudimos hacerlo en moto, el recorrido es por momentos peligroso, puesto que el camino es muy accidentado y a veces transitamos por sendas de un metro de ancho, con desfiladeros a ambos lados, pues se circula por la cresta de la montaña.
Las cabañas son alojamientos muy sencillos, apenas unas literas construidas en madera, con un par de duchas y uno o dos baños, si bien están siempre ubicadas a la vera del río, generalmente el Buritaca, y cerca de piscinas naturales con un agua límpida y muy fresca.
La cabaña de Adán será el último lugar en el que dispondremos de energía eléctrica, las próximas están ya en los “retiros” indígenas, los cuales no quieren saber nada de electricidad ni semejantes inventos. Con lo cual, la comida se transporta en mulas. Y, dado que arriba no hay neveras, podréis imaginar que los menús son bastante sencillos, a pesar de los esfuerzos del ayudante de Daniel, Kunga, y que será el cocinero del grupo. Tras la cena, nuestra primera gran tertulia con nuestro (ya y para siempre) amigo Daniel.
El lunes nos levantamos a las cinco de la mañana, para desayunar y empezar la caminata, bosque húmedo tropical arriba. Para este día contaremos con una mula para nuestras dos mochilas, también nos turnaremos para montarla y así suavizar el ascenso. Éste es una maravilla, el paisaje es alucinante. No hay que olvidar que Colombia es el segundo país más biodiverso del mundo y, con respecto a su extensión, el que más especies de seres vivos alberga. Además, la Sierra es el centro de endemismo continental más importante del mundo por su elevada riqueza de especies de fauna y flora únicas. Pararse en medio del camino para recobrar el aliento y escuchar cantos de pájaros de todo tipo ( aquí viven más de 36 especies endémicas de aves); o el rumor del río Buritaca, allá abajo; ver enormes mariposas Morpho, de un color azul indescriptible y de hasta 20 cm de envergadura; mariposas Reina; mariposas Ojo de Búho....
En total, este segundo día ocupa unas ocho o nueve horas, ya sea caminando o en mula, cosa que os aseguro también es bastante dura. Parada para comer, ya en zona indígena. Pasamos muy cerquita del asentamiento Kogui de Mutanyi, son cabañas circulares con techo de paja, con sus techados rematados en dos pináculos, que representan sus dos picos sagrados, los más altos de la Sierra, Pico Colón y Pico Bolívar. Según su visión cosmogónica, éstos dos picos los conectan, en sus propias palabras, “como antenas” con el cielo y con el resto del mundo. De ahí que los reproduzcan en cada una de sus casas.
Aunque no entramos en ninguna (ellos quieren preservar su intimidad y tampoco se nos ocurriría invadirla), Daniel nos contó que cuentan con un fuego en el centro, elemento principal y representación de su dios principal, Seiyanqua o el Sol. El hombre duerme en una hamaca o coy, y la mujer con los niños en el suelo. Jamás mantienen relaciones sexuales dentro de la cabaña, siempre en la selva, pues creen que engendrar un ser humano en un espacio cerrado hará que su mente también sea cerrada.
A última hora de la tarde llegamos a la cabaña “Paraíso Teyuna”, ya a tan sólo un kilómetro de la Ciudad Perdida.
El martes toca otra vez levantarse al alba (hay que aprovechar el frescor de la mañana). Un kilómetro de caminata en el que superaremos un desnivel de 400 metros, con partes del camino realmente difíciles. Vadeamos el río Buritaca, y nos esperan los 1200 escalones que conducen a la Ciudad Perdida. Escalones con una fuerte pendiente y de reducido tamaño, no apto para los pies europeos.
Ciudad Perdida, Teyuna (en tayrona) o Buritaca 200 (nombre del sitio arqueológico), fue construido por los Tayronas entre los siglos VII y VIII de nuestra era. Bastante antes que Machu Picchu, la civilización Tayrona es anterior a la inca.
No es el único asentamiento de la Sierra, también en la costa, dentro del parque Tayrona, está el asentamiento Pueblito. Pero sí es el más importante, el más grande, el corazón de todos los asentamientos tayronas, y el que ofrece una aventura como la que estamos viviendo. Un viaje que marca para el resto de tu vida, y en el que aprendes con cada paso que das hasta alcanzarlo.
Sobre el descubrimiento de la Ciudad, podéis consultar la historia oficial, pero yo prefiero contaros la que a nosotros nos contó Daniel.
Como os comentaba al principio, en esta Sierra se llevó a cabo el expolio de tesoros precolombinos, aquí llamado guaquería. Europeos y norteamericanos financiaban estas campañas, en las que, principalmente, se saqueaban tumbas. Acostumbraban los tayronas a enterrar a sus muertos arrodillados, con las manos en posición de rezo, y, sobre sus cabezas, todo un ajuar de oro, cobre y piezas de barro, la riqueza del “tesoro” era acorde con la posición social del difunto. La sierra se llenó de excavaciones “piratas”, de suerte que, como os contaba, un enorme mercado negro existió en Santa Marta.
Así que, un padre y su hijo, ambos guaqueros, estaban cazando para comer en la ribera del Buritaca. El hijo descubrió un enorme muro, y una entrada, por la que se accedía a los escalones. Hoy este muro ya no existe, debido a un alud en una montaña cercana que provocó un súbito crecimiento del río que se lo llevó. Subió el hijo los escalones, la ciudad llevaba casi cuatro siglos inhabitada, y, aún con la abundancia de maleza, se dio cuenta de la magnitud del emplazamiento y de las potenciales riquezas. Pero no se atrevió a entrar, cosas de espíritus. Bajó y se lo contó a su padre, que decidió volver a la mañana siguiente y hacer entrar a los perros que los acompañaban. Si éstos salían con vida, ellos entrarían después. Así lo hicieron, y comenzaron a excavar los tesoros. Y a comerciar con ellos en Santa Marta. Otros guaqueros, al percatarse del dinero que súbitamente manejaban, los siguieron y, en unos meses, más de treinta personas “trabajaban” en la ciudad. La cantidad de piezas que pudieron extraer y vender es incalculable. La violencia que generó también.
Hasta que un norteamericano decidió denunciar el hecho ante las autoridades colombianas. Pero ya había transcurrido unos tres años de saqueo.
Fue entonces cuando una comisión, formada por arqueólogos, antropólogos etc suben al asentamiento y lo declaran Patrimonio Arqueológico Nacional, comenzando su investigación y parcial reconstrucción, así como la encomienda, primero a la Policía y más tarde al Ejército, de la vigilancia para evitar mas saqueos.
De esta forma, se pudo recrear y teorizar sobre su construcción, desarrollo, usos y costumbres.
Se cree que en la Ciudad Perdida vivían entre 4000 y 10000 personas, abarcando una extensión de más de 12000 metros cuadrados. Teyuna está formada por aproximadamente 200 terrazas, cada una de las cuales albergaba viviendas. Puentes y sistemas de drenaje permitían la supervivencia de estas estructuras, frente a las lluvias torrenciales. Casas, plazas, áreas ceremoniales, mapas de la ciudad y de la sierra tallados en enormes piedras, escaleras, depósitos, prisiones....Se cree que la selva todavía esconde otros 9000 metros cuadrados entre la exuberante vegetación.
Recorrimos una parte de la Ciudad, e incluso visitamos al mamo, o chamán, con su eterna bola de coca en el carrillo, y nos obsequió con unas pulseras a Julia y a mí, que protegerán nuestra salud. Después, iniciamos el descenso, de nuevo a la cabaña tres para almorzar, y después dormir en la cabaña dos.
Tras la cena, y gracias a las buenas relaciones de Daniel con los indios, pudimos charlar con Fermín, un kogui. Él nos explicó, resumidamente, la visión que ellos tienen del Cosmos y de la vida.
Según nos dijo, las cuatro tribus descendientes de los Tayrona difieren en sus usos y costumbres diarias, pero comparten una única visión cosmogónica.
Ellos, los “hermanos mayores” viven y cuidan de la Sierra, cuidando asi de la naturaleza de todo el mundo. La Madre Tierra es concebida como un cuerpo, un ente orgánico, de tal forma que, cuando nosotros, a los que llaman “hermanos menores”, la agredimos, estamos mutilando partes de ella. Ellos sólo toman de la tierra lo necesario, no sobreexplotando para conseguir dinero para conseguir comprar más cosas, como hacemos los “menores”. Así, la Madre nos da lo que cosechamos: guerras, destrucción y catástrofes. Son ellos,los “hermanos mayores”, los encargados de mantener el adecuado equilibrio. Cuidando su mundo, cuidan el de todos. He de reconocer que esta infantilización del hombre occidental, que, como niño, destroza todo lo que tiene a su alcance, me abrió bastante los ojos.
Los dos picos sagrados, el Colón y el Bolívar, son antenas mágicas que los mantienen en permanente conexión con el Cosmos y con el resto de la Tierra. A los pies de estos picos, hay lagunas con el agua pura glaciar. Allí van todos los mamos a realizar sus ofrendas dos veces al año. .
Cada emplazamiento tiene su Mamo, enseñado desde niño a distinguir las plantas que curan, a impartir justicia y a comunicarse con los dioses. Para ello pasan meses en cabañas a pie de glaciar.
En todos los poblados cultivan la hoja de coca, son las mujeres las que la recolectan. Ellos la tuestan y la mascan. Sólo los varones adultos pueden consumirla. Cuando llegan a la mayoría de edad, el Mamo, mediante ceremonia, les confiere su cualidad de adultos, así como una esposa, y un poporo, recipiente donde llevan la concha marina molida que mezclan en su boca con la bola de hojas de coca, y que hará posible, junto con la saliva, extraer el alcaloide a la planta. Según sus palabras, mascar hoja de coca les confiere, físicamente, fortaleza, y, espiritualmente, poder. Su uso les está permitido por el Gobierno de Colombia, puesto que así consumida no tiene nada que ver con la cocaína, que pasa por procesos y aditivos químicos.
La visión de los kogui con respecto al futuro es pesimista. Creen que los “hermanos menores” estamos acabando con el mundo. Ellos tratan de contrarrestarlo, en su pequeño, aislado y bello rincón. Son nuestros guardianes y cuidadores frente a La Madre Naturaleza.
Fue una reveladora e instructiva charla, un momento único que jamás olvidaremos.
Al día siguiente, más caminata, más mula. Y, finalmente, el miércoles por la tarde, estábamos de vuelta en Santa Marta. Aunque ya no éramos los mismos. Algo cambió en ese ascenso, en ese contacto puro con la naturaleza, en esa charla con nuestro Hermano Mayor.
Por hoy, nada más. Y nada menos.
De nuevo en nuestra casa flotante, desde Marina Puerto Velero, besos, abrazos, amor.