El lunes siete de marzo, bajamos al “pueblo” en la isla de Canouan. Nada que ver y ningún sitio donde comprar comida fresca. Así que nos movemos en el dinghi hasta el complejo Tamarindo, obligada conexión a Internet y relax. Decidimos cenar allí mismo, puesto que tiene una pinta estupenda. Como nos dicen que hay que ir al restaurante “arreglados”, Julia y yo nos ponemos monísimas de la muerte (cosa que nos divierte mucho, ya que prácticamente estamos todos los días en bañador y camiseta), y Julio debe llevar pantalón largo y zapato cerrado, que resuelve con los socorridos náuticos. Las normas de etiqueta... cenamos estupendamente y además tenemos la oportunidad de encontrarnos con nuestros vecinos de fondeo, un matrimonio Jeff y Bridget, de Alameda, California, con sus tres hijos, dos niñas, Ramona y Nora, y un niño, Peter, que navegan en su barco, el Penguin. Así que quedamos para el día siguiente, .para que los niños jueguen y charlar nosotros un ratito. La primera impresión es fantástica. Los papis hablan un poquito de español, y Julia tendrá que defenderse en inglés con los niños....pero para eso no tiene ningún problema...los niños siempre encuentran la manera de entenderse y hacerse entender.
Así que, después de las clases, el martes nos vamos al barco vecino. Las niñas conectan al instante, y nosotros intercambiamos experiencias y planes con los encantadores Jeff y Bridget. Además, se da la circunstancia de que él es músico, toca la guitarra! Decidimos que nos iremos juntos esa misma tarde hacia Tobago Cays, aunque ellos ya han estado allí hacía unos días, no les importa volver y así compartiremos más tiempo juntos. Julia se enrola en el Penguin y hace la travesía hasta Tobago Cays con los McNish. Desde nuestro barco vemos a los cuatro “enanitos” subidos a la botavara, brincando como monitos o tumbados plácidamente en la proa del Penguin. Maravilla!! Da gusto ver a los niños a bordo!
Un par de horas más tarde estábamos fondeando en Tobago Cays, un lugar impresionante, son unos cayos (pequeñas islas de origen coralino), hay pasos con calado más profundo para fondear y navegar a través, y sitios con calado muy escaso. Eso, sumado a la arena, blanca y finísima, convierte el mar en una alucinante gradación de azules turquesa. Un paraíso. Julio y yo no podemos evitar pensar en Los Roques, en Venezuela. Esto es como los Roques, pero en pequeñito. Hay más barcos fondeados, y justo largamos al lado de....¡un barco español!! el primero en miles de millas. La ilusión tremenda que nos hace encontrarnos es mutua, la verdad es que es muy emocionante encontrarte con compatriotas, pero hay muy pocos barcos de pabellón español navegando por el mundo. Comparándolo con otras nacionalidades europeas, claro. Hay muchos franceses, ingleses, holandeses, alemanes, belgas...pero apenas españoles. Así que imaginaos la emoción. Quedamos para tomar un vino (cómo no!)
El barco en cuestión es el Trotamar III, perteneció a Avelino Bassols, uno de los primeros transmundistas españoles, un auténtico pionero que, además, escribió cuatro libros, editados por Editorial Juventud. Esa maravillosa colección de libros amarillos de los que todos los que amamos el mar hemos leído varias referencias. Ahora el barco lo comandan su hijo Joan y su mujer, Ana, que viajan con su hija Laia, de diez años, y una sobrina. Les acompaña un barco alemán, el Mira, en el que viaja otro niño, Felix.
Por la tarde, Jeff y Bridget, con sus hijos, vienen al Alba Plena. Tomamos un vinito y Jeff y yo improvisamos un dúo: swing, bossa, boleros... Lo cierto es que fue un momentazo a la puesta de sol en semejante paraíso.
El miércoles, el Penguin parte hacia el norte, toca despedida. Un placer conoceros, y esperamos encontrarnos pronto!
Ese mismo día, a la vuelta de una excursión de buceo en la rompiente, localizamos otro barco español, el catamarán Imystic, su propietario, Manuel, lleva varios años por el Caribe. Le acompaña su amigo Pablo, y ambos esperan a mañana, se prevé que aumente el viento y su pasión es el kite-surf.
Ana, Joan y Laia vienen a comer al Alba Plena. Y resulta que Ana también canta y toca la guitarra, además de componer. Así que, sobremesa guitarrera! Por la noche, organizamos una barbacoa en una playa cercana (foto abajo), disponemos de un par de atunes que el Trotamar les compró a unos pescadores locales. Así que, con las últimas luces del día, Julio y yo bajamos con los tres niños a prepararla. Trabajo en equipo, recogemos palos y piedras, y nuestro perro Ron se enzarza en una discusión con un cangrejo ermitaño, es una variedad de tierra, bastante grande (con caparazón, más o menos un puño), y tiene unas patas de un colorido alucinante. Cuando llegan el resto de las tripus del Trotamar y el Mira, encendemos el fuego, preparando las brasas, mientras Julia y Laia se hacen un minicabaña en la playa con hojas de palmera trenzadas. En un ratito, estamos todos sentados en la arena, comiendo un riquísimo atún, con una noche preciosa en una playa desierta. Despúes, Ana y yo cantamos y tocamos la guitarra. Una velada estupenda!
Al día siguiente, toca excursión en el dinghi, nos acercamos a un par de playas y seguimos disfrutando del turquesa.El viernes, cena a bordo con los tres niños, después de cenar se acercan Ana y Joan, más música a bordo.
Al día siguiente toca despedida, el Trotamar y el Mira se van hacia el norte, puesto que cruzarán el Atlántico este año, en abril/mayo. Amigos, nos vemos en Azores el año próximo, ha sido inolvidable!
Nosotros levantamos fondeo y nos vamos a Union Island, el último puerto de St Vincent & Grenadines, hacemos los trámites de salida y comemos en un restaurante. No tuvimos mucha suerte...lo cierto es que en todas estas islas (con la lógica excepción de Martinica, que, aunque no es barato, se come muy bien), todo es muy caro y la comida suele ser muy mediocre. Así que el 90% de las veces comemos y cenamos a bordo, se come de maravilla y no te llevas disgustos. También hay que decir que el pertrecho es carísimo, menos mal que en Martinica hicimos buena provisión. Aún así, tuvimos que comprar un pack de cervezas, que hasta ahora han sido las latas más caras de la galaxia....
Por la tarde levantamos fondeo y vamos a Petit St Vincent, una de las islas más bellas, es de propiedad privada, la ocupa un exclusivísimo resort con cabañas medio escondidas entre la selva y la playa.
Por la mañana, en el dinghi visitamos una mini-isla, toda de arena y con una única sombrilla de paja en el centro. Acompaño foto, más abajo. Después fuimos a la isla grande, bajamos a conocer el resort y estar un rato en su maravillosa playa, arena blanca y finísima y mar turquesa. E impecable. Pero nos vamos a comer al barco, comer aquí nos supondría unos 300 euros...
Después de la siesta, nos vamos hacia Bonaire, tenemos cuatrocientas millas por delante. Dado que pasaremos al N de Venezuela, ponemos el AIS en modo “ver y no ser vistos”. Ya casi ningún barco para allí, dados los asaltos reportados en los últimos años y la inseguridad general en el país. Una pena. Esta vez, no veremos los Testigos, ni el alucinante archipiélago de Los Roques....en Venezuela existía, hace unos años, una importante infraestructura para los veleristas, y hay muchos ( infinitos ) maravillosos lugares para fondear. Pero, ahora mismo, es un peligro que no asumiremos. De hecho, su radio de acción se extiende ya al canal entre Grenada y Trinidad, donde se están empezando a reportar muchos asaltos.
Todas las precauciones son pocas, así que pasamos volando y bien lejos de la costa. La travesía, con viento constante y por la aleta/ popa. Montamos los dos tangones e izamos el ballooner. Vamos fenomenal y muy rápido. A las 20 horas, después de cenar, de repente ¡zas!...se rompe el ballooner cerca del puño de escota, recogemos vela, que, por suerte, no se ha ido al mar, y montamos retenida en la mayor. Así que continuamos toda la noche navegando en “orejas de burro”.
Por la mañana, montamos el segundo ballooner de que disponemos, está sin estrenar. Una vez montado, recuperamos 1,7 nudos de velocidad. Poco duró...a las 15, un ruido extraño, la vela se vino abajo, se rompió el retenedor de tope de palo, vela al mar (ojo, hablamos de setenta metros cuadrados de trapo, nada menos...) embolsa agua y, al tratar de recuperarla, se produce una rotura en un paño de la vela. Segunda vela rota en menos de 24 horas...gajes del oficio. La travesía, aparte de esto es tranquila, hemos reorganizado las guardias ya que ahora toca repartirlas entre dos, así que Julio hace la primera y la del amanecer y yo la segunda, un poco más larga.
Al amanecer del miércoles 16 de marzo, reconectamos el AIS, y avistamos Bonaire. Es muy plana, apenas tiene relieve, entramos por el sur y nos dirigimos a la capital, Kralendijk. Toda la isla es un parque natural y está prohibido el fondeo. Solo es posible amarrar a boyas o ir a marina, y nos decantamos por esto último.
El archipiélago de las Antillas Holandesas está al NW de Venezuela, fueron colonia holandesa hasta hace unos años. La primera en independizarse fue Aruba, la más al W. Curaçao fue la segunda, y Bonaire permanece con un estatus especial con respecto a la metrópoli.
Vamos a Harbour Village Marina, un complejo residencial con puerto deportivo. Lo primero que hacemos es repostar gasóleo, el precio es de 0,66 USD por litro, así que decidimos llenar el tanque.
Por la tarde nos damos un paseo hasta la ciudad, es todo muy colorido y la gente muy sonriente y amable. Como la Aduana está cerrada, hacemos tiempo para la cena. Toca conectarse a internet....Cenamos en un restaurante peruano, nos encantó, la primera vez que comemos bien fuera del barco en muchos días.
Por la mañana, trámites de entrada y ya de salida, decidimos irnos a Aruba. Navegamos toda la noche para llegar al amanecer. Fondeamos, también es una isla muy plana y hace muchísimo viento, es incómodo, y no tiene un aspecto demasiado interesante desde el barco, mucho hotel y resort de nuevo cuño....Comemos tranquilamente y zarpamos hacia Colombia.de nuevo nos ocultamos con el AIS, pues aún toca navegar por aguas venezolanas.
La travesía es bastante dura, hay mucho mar. Es típico en esta zona en esta época del año, es el punto álgido de los alisios, que soplan con fuerza y, dado el fetch, tan amplio, se montan olas de cuatro a seis metros. Por la popa, sí, pero enormes. Así que viajamos en modo coctelera, eso sí, a mucha velocidad y cubriendo una media de 200 millas por día.
El domingo, por fin, llegamos a Colombia. Reconexión del AIS, y toma de contacto por radio con Marina Puerto Velero. Está a unos 30 kilómetros de Barranquilla. Estamos aquí porque su promotor, Javier Júlvez, es un gran amigo, y hace tres años prometimos venir a visitarlo. Y no nos arrepentimos. La marina, con unas magníficas instalaciones y personal amabilísimo y profesional, forma parte de todo un enorme complejo, con preciosos chalecitos, restaurantes, playa, piscina e incluso un parque acuático en el mar con enormes inflables. Es un magnífico proyecto que está dinamizando la zona, una preciosa bahía que hasta hace poco era desconocida. Y todo de forma sostenible. Y...por primera vez, SÍ tenemos wifi hasta el pantalán, cosa que todas las marinas prometen y ninguna cumple.
Colombia es, desde los cambios producidos en la década de los 90, un país tranquilo y seguro, con un crecimiento de aproximadamente un 5% anual de promedio.
Somos magníficamente recibidos, nos sentimos como en casa. Por la tarde Javier viene a vernos, y nos vamos con él a Barranquilla, una ciudad que nos gusta desde el minuto uno. Conocemos a Zoraida, su mujer, que también es promotora y asesora de Puerto Velero. Cena en un estupendo restaurante en la ciudad, y vuelta al barco a descansar, puesto que las últimas 300 millas fueron muy moviditas.
El día de ayer lo dedicamos a alquilar un carro (con matrícula de Cali, por cierto) e ir al supermercado, fantásticamente surtido y a buen precio, lejos de la locura antillana. Todo ello acompañados por Javier, que nos ayuda en todo momento (eres muy grande, amigo!)
Hemos contactado con Roberto Lastra, amigo colombiano que fue peregrino-tripulante del Alba Plena en la Ruta Xacobea del 2014, con la que casi dimos la vuelta a la Península Ibérica.
Julia ya hizo una amiga norteamericana, de un barco vecino, con la que ha quedado para pasarse la tarde en la piscina.
En fin, que estamos de rechupete!!!
desde Marina Puerto Velero, besos, abrazos, amor.
Así que, después de las clases, el martes nos vamos al barco vecino. Las niñas conectan al instante, y nosotros intercambiamos experiencias y planes con los encantadores Jeff y Bridget. Además, se da la circunstancia de que él es músico, toca la guitarra! Decidimos que nos iremos juntos esa misma tarde hacia Tobago Cays, aunque ellos ya han estado allí hacía unos días, no les importa volver y así compartiremos más tiempo juntos. Julia se enrola en el Penguin y hace la travesía hasta Tobago Cays con los McNish. Desde nuestro barco vemos a los cuatro “enanitos” subidos a la botavara, brincando como monitos o tumbados plácidamente en la proa del Penguin. Maravilla!! Da gusto ver a los niños a bordo!
Un par de horas más tarde estábamos fondeando en Tobago Cays, un lugar impresionante, son unos cayos (pequeñas islas de origen coralino), hay pasos con calado más profundo para fondear y navegar a través, y sitios con calado muy escaso. Eso, sumado a la arena, blanca y finísima, convierte el mar en una alucinante gradación de azules turquesa. Un paraíso. Julio y yo no podemos evitar pensar en Los Roques, en Venezuela. Esto es como los Roques, pero en pequeñito. Hay más barcos fondeados, y justo largamos al lado de....¡un barco español!! el primero en miles de millas. La ilusión tremenda que nos hace encontrarnos es mutua, la verdad es que es muy emocionante encontrarte con compatriotas, pero hay muy pocos barcos de pabellón español navegando por el mundo. Comparándolo con otras nacionalidades europeas, claro. Hay muchos franceses, ingleses, holandeses, alemanes, belgas...pero apenas españoles. Así que imaginaos la emoción. Quedamos para tomar un vino (cómo no!)
El barco en cuestión es el Trotamar III, perteneció a Avelino Bassols, uno de los primeros transmundistas españoles, un auténtico pionero que, además, escribió cuatro libros, editados por Editorial Juventud. Esa maravillosa colección de libros amarillos de los que todos los que amamos el mar hemos leído varias referencias. Ahora el barco lo comandan su hijo Joan y su mujer, Ana, que viajan con su hija Laia, de diez años, y una sobrina. Les acompaña un barco alemán, el Mira, en el que viaja otro niño, Felix.
Por la tarde, Jeff y Bridget, con sus hijos, vienen al Alba Plena. Tomamos un vinito y Jeff y yo improvisamos un dúo: swing, bossa, boleros... Lo cierto es que fue un momentazo a la puesta de sol en semejante paraíso.
El miércoles, el Penguin parte hacia el norte, toca despedida. Un placer conoceros, y esperamos encontrarnos pronto!
Ese mismo día, a la vuelta de una excursión de buceo en la rompiente, localizamos otro barco español, el catamarán Imystic, su propietario, Manuel, lleva varios años por el Caribe. Le acompaña su amigo Pablo, y ambos esperan a mañana, se prevé que aumente el viento y su pasión es el kite-surf.
Ana, Joan y Laia vienen a comer al Alba Plena. Y resulta que Ana también canta y toca la guitarra, además de componer. Así que, sobremesa guitarrera! Por la noche, organizamos una barbacoa en una playa cercana (foto abajo), disponemos de un par de atunes que el Trotamar les compró a unos pescadores locales. Así que, con las últimas luces del día, Julio y yo bajamos con los tres niños a prepararla. Trabajo en equipo, recogemos palos y piedras, y nuestro perro Ron se enzarza en una discusión con un cangrejo ermitaño, es una variedad de tierra, bastante grande (con caparazón, más o menos un puño), y tiene unas patas de un colorido alucinante. Cuando llegan el resto de las tripus del Trotamar y el Mira, encendemos el fuego, preparando las brasas, mientras Julia y Laia se hacen un minicabaña en la playa con hojas de palmera trenzadas. En un ratito, estamos todos sentados en la arena, comiendo un riquísimo atún, con una noche preciosa en una playa desierta. Despúes, Ana y yo cantamos y tocamos la guitarra. Una velada estupenda!
Al día siguiente, toca excursión en el dinghi, nos acercamos a un par de playas y seguimos disfrutando del turquesa.El viernes, cena a bordo con los tres niños, después de cenar se acercan Ana y Joan, más música a bordo.
Al día siguiente toca despedida, el Trotamar y el Mira se van hacia el norte, puesto que cruzarán el Atlántico este año, en abril/mayo. Amigos, nos vemos en Azores el año próximo, ha sido inolvidable!
Nosotros levantamos fondeo y nos vamos a Union Island, el último puerto de St Vincent & Grenadines, hacemos los trámites de salida y comemos en un restaurante. No tuvimos mucha suerte...lo cierto es que en todas estas islas (con la lógica excepción de Martinica, que, aunque no es barato, se come muy bien), todo es muy caro y la comida suele ser muy mediocre. Así que el 90% de las veces comemos y cenamos a bordo, se come de maravilla y no te llevas disgustos. También hay que decir que el pertrecho es carísimo, menos mal que en Martinica hicimos buena provisión. Aún así, tuvimos que comprar un pack de cervezas, que hasta ahora han sido las latas más caras de la galaxia....
Por la tarde levantamos fondeo y vamos a Petit St Vincent, una de las islas más bellas, es de propiedad privada, la ocupa un exclusivísimo resort con cabañas medio escondidas entre la selva y la playa.
Por la mañana, en el dinghi visitamos una mini-isla, toda de arena y con una única sombrilla de paja en el centro. Acompaño foto, más abajo. Después fuimos a la isla grande, bajamos a conocer el resort y estar un rato en su maravillosa playa, arena blanca y finísima y mar turquesa. E impecable. Pero nos vamos a comer al barco, comer aquí nos supondría unos 300 euros...
Después de la siesta, nos vamos hacia Bonaire, tenemos cuatrocientas millas por delante. Dado que pasaremos al N de Venezuela, ponemos el AIS en modo “ver y no ser vistos”. Ya casi ningún barco para allí, dados los asaltos reportados en los últimos años y la inseguridad general en el país. Una pena. Esta vez, no veremos los Testigos, ni el alucinante archipiélago de Los Roques....en Venezuela existía, hace unos años, una importante infraestructura para los veleristas, y hay muchos ( infinitos ) maravillosos lugares para fondear. Pero, ahora mismo, es un peligro que no asumiremos. De hecho, su radio de acción se extiende ya al canal entre Grenada y Trinidad, donde se están empezando a reportar muchos asaltos.
Todas las precauciones son pocas, así que pasamos volando y bien lejos de la costa. La travesía, con viento constante y por la aleta/ popa. Montamos los dos tangones e izamos el ballooner. Vamos fenomenal y muy rápido. A las 20 horas, después de cenar, de repente ¡zas!...se rompe el ballooner cerca del puño de escota, recogemos vela, que, por suerte, no se ha ido al mar, y montamos retenida en la mayor. Así que continuamos toda la noche navegando en “orejas de burro”.
Por la mañana, montamos el segundo ballooner de que disponemos, está sin estrenar. Una vez montado, recuperamos 1,7 nudos de velocidad. Poco duró...a las 15, un ruido extraño, la vela se vino abajo, se rompió el retenedor de tope de palo, vela al mar (ojo, hablamos de setenta metros cuadrados de trapo, nada menos...) embolsa agua y, al tratar de recuperarla, se produce una rotura en un paño de la vela. Segunda vela rota en menos de 24 horas...gajes del oficio. La travesía, aparte de esto es tranquila, hemos reorganizado las guardias ya que ahora toca repartirlas entre dos, así que Julio hace la primera y la del amanecer y yo la segunda, un poco más larga.
Al amanecer del miércoles 16 de marzo, reconectamos el AIS, y avistamos Bonaire. Es muy plana, apenas tiene relieve, entramos por el sur y nos dirigimos a la capital, Kralendijk. Toda la isla es un parque natural y está prohibido el fondeo. Solo es posible amarrar a boyas o ir a marina, y nos decantamos por esto último.
El archipiélago de las Antillas Holandesas está al NW de Venezuela, fueron colonia holandesa hasta hace unos años. La primera en independizarse fue Aruba, la más al W. Curaçao fue la segunda, y Bonaire permanece con un estatus especial con respecto a la metrópoli.
Vamos a Harbour Village Marina, un complejo residencial con puerto deportivo. Lo primero que hacemos es repostar gasóleo, el precio es de 0,66 USD por litro, así que decidimos llenar el tanque.
Por la tarde nos damos un paseo hasta la ciudad, es todo muy colorido y la gente muy sonriente y amable. Como la Aduana está cerrada, hacemos tiempo para la cena. Toca conectarse a internet....Cenamos en un restaurante peruano, nos encantó, la primera vez que comemos bien fuera del barco en muchos días.
Por la mañana, trámites de entrada y ya de salida, decidimos irnos a Aruba. Navegamos toda la noche para llegar al amanecer. Fondeamos, también es una isla muy plana y hace muchísimo viento, es incómodo, y no tiene un aspecto demasiado interesante desde el barco, mucho hotel y resort de nuevo cuño....Comemos tranquilamente y zarpamos hacia Colombia.de nuevo nos ocultamos con el AIS, pues aún toca navegar por aguas venezolanas.
La travesía es bastante dura, hay mucho mar. Es típico en esta zona en esta época del año, es el punto álgido de los alisios, que soplan con fuerza y, dado el fetch, tan amplio, se montan olas de cuatro a seis metros. Por la popa, sí, pero enormes. Así que viajamos en modo coctelera, eso sí, a mucha velocidad y cubriendo una media de 200 millas por día.
El domingo, por fin, llegamos a Colombia. Reconexión del AIS, y toma de contacto por radio con Marina Puerto Velero. Está a unos 30 kilómetros de Barranquilla. Estamos aquí porque su promotor, Javier Júlvez, es un gran amigo, y hace tres años prometimos venir a visitarlo. Y no nos arrepentimos. La marina, con unas magníficas instalaciones y personal amabilísimo y profesional, forma parte de todo un enorme complejo, con preciosos chalecitos, restaurantes, playa, piscina e incluso un parque acuático en el mar con enormes inflables. Es un magnífico proyecto que está dinamizando la zona, una preciosa bahía que hasta hace poco era desconocida. Y todo de forma sostenible. Y...por primera vez, SÍ tenemos wifi hasta el pantalán, cosa que todas las marinas prometen y ninguna cumple.
Colombia es, desde los cambios producidos en la década de los 90, un país tranquilo y seguro, con un crecimiento de aproximadamente un 5% anual de promedio.
Somos magníficamente recibidos, nos sentimos como en casa. Por la tarde Javier viene a vernos, y nos vamos con él a Barranquilla, una ciudad que nos gusta desde el minuto uno. Conocemos a Zoraida, su mujer, que también es promotora y asesora de Puerto Velero. Cena en un estupendo restaurante en la ciudad, y vuelta al barco a descansar, puesto que las últimas 300 millas fueron muy moviditas.
El día de ayer lo dedicamos a alquilar un carro (con matrícula de Cali, por cierto) e ir al supermercado, fantásticamente surtido y a buen precio, lejos de la locura antillana. Todo ello acompañados por Javier, que nos ayuda en todo momento (eres muy grande, amigo!)
Hemos contactado con Roberto Lastra, amigo colombiano que fue peregrino-tripulante del Alba Plena en la Ruta Xacobea del 2014, con la que casi dimos la vuelta a la Península Ibérica.
Julia ya hizo una amiga norteamericana, de un barco vecino, con la que ha quedado para pasarse la tarde en la piscina.
En fin, que estamos de rechupete!!!
desde Marina Puerto Velero, besos, abrazos, amor.