El jueves 18 de agosto, tras pertrechar, y cargar agua y combustible, salimos de la Marina Santa Marta. El objetivo es pasar la tarde en casa de un amigo que vive allí, dado que su ésta está en un condominio con su propia playa, fondeamos delante y bajamos con el dinghi. Pasamos una tarde estupenda, y después nos prepara una riquísima cena. Volvemos al barco entrada la noche. La idea es salir para Puerto Velero temprano en la mañana.
A las 7:30 de la mañana del viernes, nos despierta la bocina de una patrullera de la Armada Colombiana. Nos informan de que no podemos fondear allí, les decimos que ni en las cartas náuticas ni en el libro editado por el gobierno colombiano advierten de esta prohibición, y que pensamos salir de inmediato. Nos dicen que van a subir a bordo a comprobar la documentación del barco y la nuestra, y que lo harán acompañados de un perro, para buscar narcóticos. Así que, en cinco minutos, tenemos a tres militares y al perro registrándolo todo. Abrieron cada tambucho, tanto en el interior como en el exterior. Les llevó casi una hora comprobar que no llevábamos drogas a bordo. Parece ser que esto es bastante común, y que en aproximadamente seis de cada diez barcos inspeccionados encuentran drogas. Muchos veleros aprovechan su paso por Colombia para hacer este negocio. Os aseguro que fue una hora bastante desagradable.
Por fin, con el susto en el cuerpo, salimos para Puerto Velero. Llegamos sin mayor novedad aún con luz de día.
El sábado viene a bordo Royma, un chico de Puerto Colombia a quien le habíamos encargado una capota nueva para el barco. Se lleva el viejo, para tomar medidas, y nos pide 260.000 pesos colombianos (unos 85 euros) para comprar los materiales, y nos asegura que el miércoles está de regreso con los toldos....ni el miércoles, ni el jueves, ni el viernes...y tampoco coge el teléfono. Imaginaos el cabreo. El sábado vienen a pasar la tarde nuestros amigos Kike y Alba, que viven en Puerto Colombia. Acordamos que lo llame Alba, haciéndose pasar por una clienta potencial, y así averigua dónde tiene el taller Santos, el verdadero tapicero, ya que, al parecer, el tal Royma es un mero “comercial”, que consigue los trabajos y luego se los pasa a él, quedándose con una comisión.
El lunes a primera hora, Julio se va en un moto-taxi a Puerto Colombia. En el taller de Santos le informan de que allí nunca llegó nuestro encargo, e insinúa que Royma tiene muchos problemas con el juego. Julio localiza su casa, recupera el toldo viejo y le insta a que le devuelva el dinero entregado. Como no lo tiene, le asegura que por la tarde nos lo entrega. Debió de ser muy convincente Julio, pues por la tarde teníamos el dinero...se comenta en Puerto Colombia que Julio le hizo una oferta que no pudo rechazar...
El jueves 1 de septiembre nos vamos a Barranquilla, a hacer el zarpe y sellar los pasaportes de salida. Al llegar a inmigración, nos informan de que la visa de Julio lleva expirada dos días. De nada sirven nuestros ruegos. Nos tienen allí un par de horas (son exasperantemente lentos) e imponen una multa a Julio de aproximadamente 400.000 pesos (unos 130 euros).
La verdad es que...vaya semanita!
Cenamos con Javier, Zoraida y Cristina para despedirnos. Queremos agradeceros, queridos amigos, lo bien que nos habéis tratado, y desearos lo mejor en el desarrollo de vuestro sueño que es Marina Puerto Velero.
El viernes zarpamos para Cartagena de Indias, llegamos sin novedad por la tarde y fondeamos delante del Club Náutico. Hay muchos barcos allí y el fondeo es bueno.
El sábado toca despedirnos de nuestros amigos cartageneros. Tere Vélez y Carlos Dahl nos reciben en su casa, un piso en Bocagrande con una estupenda terraza con vistas a la increíble bahía de Cartagena de Indias. Nos acompañan Martha, Erick, Antonio, Susana y su prometido y El Capi. Cenamos la mejor lasaña de nuestras vidas preparada por Angelina, la mamma italiana de Martha. Después, tertulia en la terraza. Y de vuelta al barco. Queridos amigos, os esperamos siempre, en España o donde sea. Os queremos!
Nos despedimos de la ciudad amurallada de Cartagena el jueves, con un paseo en bicicleta y una cena en el PaloSanto.
El viernes a las ocho de la mañana salimos para San Bernardo. Pasamos la noche al sur de la isla Tintipán, y el sábado continuamos navegando hasta Isla Fuerte. Llegamos a las 15:30, fondeamos en la cara sureste con poco más de cuatro metros de agua. Bajamos a tierra, al bar-hotel Playita. La propietaria nos hace de guía por la isla, un lugar donde la vida es tranquila y donde la variedad de flora es impresionante. Las cabras, los cerdos y los gallos campan a sus anchas por todo el pueblo. Nos acompaña a visitar “el árbol que camina”, un impresionante ejemplar que, según los ancianos del lugar, va moviéndose con sus enormes raíces muy poco a poco.
Cenamos en el mismo Playita, con unas vistas increíbles, y probamos el pez león frito. Lo cierto es que habíamos visto varios en el Caribe, pero por lo espectacularmente bonitos que son nunca hubiéramos imaginado que son comestibles. Y no sólo eso: según nos informa Jeff, el otro propietario, estos peces son del Pacífico y en este mar no tienen depredadores naturales, además son muy voraces con el coral y con sus espinas venenosas matan a muchos peces autóctonos. Y tengo que decir que están buenísimos, la carne y el sabor nos recordaron a la faneca.
De hecho a la mañana siguiente Julio arponea uno, al llevarlo en la red le pica con una de sus espinas en la aleta dorsal. El dolor es muy fuerte, pero pasa con relativa rapidez. Lo dicho, una faneca, pero de tiros largos.
La noche del domingo, después de cenar el pez león a la barbacoa, levantamos fondeo con destino a Sapzurro, casi en la frontera con Panamá. Las primeras horas de navegación son relativamente tranquilas, pero sobre la medianoche se levanta un fuerte viento, por proa. Al cabo de cuatro horas, lo pensamos, hacemos cálculos y decidimos que no vale la pena seguir peleándonos con el mar y el viento y viramos rumbo a San Blas. En total pasamos dos noches en el mar, que ya hacía tiempo que no las pasábamos navegando, y Julia tenía muchas ganas. Claro, como ella no hace guardias....;)
El martes llegamos a Cayo Coco Bandero, tras ralentizar la velocidad del barco para llegar con luz. Y lo más alta posible. Como os comentaba en un anterior post, la navegación en San Blas es complicada, en el sentido de que está sembrado de reefs y la cartografía no siempre es fiable. A veces ni “La Biblia Bauhaus” acierta. De hecho, íbamos a largar el ancla. Yo, como siempre, en la proa, vigilante (tengo que contaros que Julio me ha instalado un banquito de madera en el balcón de proa y ahora es mi sitio favorito, mío y de Julia, nos encanta cabalgar las olas mientras cantamos Ring of Fire, de Johnny Cash!!) De repente, nos topamos con un reef justo en la proa. Grito ¡ atrás a toda!, y, afortunadamente, salvamos el pellejo. Bueno, el barco. Finalmente, fondeamos sin mayor problema más atrás.
Cayos Coco Bandero es simplemente espectacular. Nos pasamos allí dos días, y, el viernes, vamos a Cayos Holandés.
El sábado 17 de septiembre es nuestro aniversario, nada menos que doce años, y nos vamos a Chichimé. Julia se levanta a las seis de la mañana para prepararnos un desayuno especial. Celebración a bordo en la cena, con un enorme chuletón de buey que teníamos reservado en el congelador para una ocasión especial, y qué mejor que ésta. De madrugada se forma una chocosana, o “culo de pollo”. Son frentes muy potentes, con viento del sur, de 35 nudos de media, llegando a veces a los 50. Pero estamos bien fondeados y lo pasamos sin problema. Lo bueno de las chocosanas es que duran, máximo, 45 minutos.
El martes 20 es el cumpleaños de Julio, Julia adorna el salón del barco con guirnaldas, y le fabrica a Julio una corona y un collar de joyas de cartulina. Esta niña es un encanto, de verdad.
El jueves salimos para Turtle Cay Marina, con la intención de repostar agua y combustible.
Mañana sábado, toca Isla Grande, a despedirnos de los amigos que hemos hecho allí: Alberto, nuestro paisano, gerente del Marino Hotel; Pupi; Janeth....
Desde Turtle Cay Marina, besos, abrazos, amor.
A las 7:30 de la mañana del viernes, nos despierta la bocina de una patrullera de la Armada Colombiana. Nos informan de que no podemos fondear allí, les decimos que ni en las cartas náuticas ni en el libro editado por el gobierno colombiano advierten de esta prohibición, y que pensamos salir de inmediato. Nos dicen que van a subir a bordo a comprobar la documentación del barco y la nuestra, y que lo harán acompañados de un perro, para buscar narcóticos. Así que, en cinco minutos, tenemos a tres militares y al perro registrándolo todo. Abrieron cada tambucho, tanto en el interior como en el exterior. Les llevó casi una hora comprobar que no llevábamos drogas a bordo. Parece ser que esto es bastante común, y que en aproximadamente seis de cada diez barcos inspeccionados encuentran drogas. Muchos veleros aprovechan su paso por Colombia para hacer este negocio. Os aseguro que fue una hora bastante desagradable.
Por fin, con el susto en el cuerpo, salimos para Puerto Velero. Llegamos sin mayor novedad aún con luz de día.
El sábado viene a bordo Royma, un chico de Puerto Colombia a quien le habíamos encargado una capota nueva para el barco. Se lleva el viejo, para tomar medidas, y nos pide 260.000 pesos colombianos (unos 85 euros) para comprar los materiales, y nos asegura que el miércoles está de regreso con los toldos....ni el miércoles, ni el jueves, ni el viernes...y tampoco coge el teléfono. Imaginaos el cabreo. El sábado vienen a pasar la tarde nuestros amigos Kike y Alba, que viven en Puerto Colombia. Acordamos que lo llame Alba, haciéndose pasar por una clienta potencial, y así averigua dónde tiene el taller Santos, el verdadero tapicero, ya que, al parecer, el tal Royma es un mero “comercial”, que consigue los trabajos y luego se los pasa a él, quedándose con una comisión.
El lunes a primera hora, Julio se va en un moto-taxi a Puerto Colombia. En el taller de Santos le informan de que allí nunca llegó nuestro encargo, e insinúa que Royma tiene muchos problemas con el juego. Julio localiza su casa, recupera el toldo viejo y le insta a que le devuelva el dinero entregado. Como no lo tiene, le asegura que por la tarde nos lo entrega. Debió de ser muy convincente Julio, pues por la tarde teníamos el dinero...se comenta en Puerto Colombia que Julio le hizo una oferta que no pudo rechazar...
El jueves 1 de septiembre nos vamos a Barranquilla, a hacer el zarpe y sellar los pasaportes de salida. Al llegar a inmigración, nos informan de que la visa de Julio lleva expirada dos días. De nada sirven nuestros ruegos. Nos tienen allí un par de horas (son exasperantemente lentos) e imponen una multa a Julio de aproximadamente 400.000 pesos (unos 130 euros).
La verdad es que...vaya semanita!
Cenamos con Javier, Zoraida y Cristina para despedirnos. Queremos agradeceros, queridos amigos, lo bien que nos habéis tratado, y desearos lo mejor en el desarrollo de vuestro sueño que es Marina Puerto Velero.
El viernes zarpamos para Cartagena de Indias, llegamos sin novedad por la tarde y fondeamos delante del Club Náutico. Hay muchos barcos allí y el fondeo es bueno.
El sábado toca despedirnos de nuestros amigos cartageneros. Tere Vélez y Carlos Dahl nos reciben en su casa, un piso en Bocagrande con una estupenda terraza con vistas a la increíble bahía de Cartagena de Indias. Nos acompañan Martha, Erick, Antonio, Susana y su prometido y El Capi. Cenamos la mejor lasaña de nuestras vidas preparada por Angelina, la mamma italiana de Martha. Después, tertulia en la terraza. Y de vuelta al barco. Queridos amigos, os esperamos siempre, en España o donde sea. Os queremos!
Nos despedimos de la ciudad amurallada de Cartagena el jueves, con un paseo en bicicleta y una cena en el PaloSanto.
El viernes a las ocho de la mañana salimos para San Bernardo. Pasamos la noche al sur de la isla Tintipán, y el sábado continuamos navegando hasta Isla Fuerte. Llegamos a las 15:30, fondeamos en la cara sureste con poco más de cuatro metros de agua. Bajamos a tierra, al bar-hotel Playita. La propietaria nos hace de guía por la isla, un lugar donde la vida es tranquila y donde la variedad de flora es impresionante. Las cabras, los cerdos y los gallos campan a sus anchas por todo el pueblo. Nos acompaña a visitar “el árbol que camina”, un impresionante ejemplar que, según los ancianos del lugar, va moviéndose con sus enormes raíces muy poco a poco.
Cenamos en el mismo Playita, con unas vistas increíbles, y probamos el pez león frito. Lo cierto es que habíamos visto varios en el Caribe, pero por lo espectacularmente bonitos que son nunca hubiéramos imaginado que son comestibles. Y no sólo eso: según nos informa Jeff, el otro propietario, estos peces son del Pacífico y en este mar no tienen depredadores naturales, además son muy voraces con el coral y con sus espinas venenosas matan a muchos peces autóctonos. Y tengo que decir que están buenísimos, la carne y el sabor nos recordaron a la faneca.
De hecho a la mañana siguiente Julio arponea uno, al llevarlo en la red le pica con una de sus espinas en la aleta dorsal. El dolor es muy fuerte, pero pasa con relativa rapidez. Lo dicho, una faneca, pero de tiros largos.
La noche del domingo, después de cenar el pez león a la barbacoa, levantamos fondeo con destino a Sapzurro, casi en la frontera con Panamá. Las primeras horas de navegación son relativamente tranquilas, pero sobre la medianoche se levanta un fuerte viento, por proa. Al cabo de cuatro horas, lo pensamos, hacemos cálculos y decidimos que no vale la pena seguir peleándonos con el mar y el viento y viramos rumbo a San Blas. En total pasamos dos noches en el mar, que ya hacía tiempo que no las pasábamos navegando, y Julia tenía muchas ganas. Claro, como ella no hace guardias....;)
El martes llegamos a Cayo Coco Bandero, tras ralentizar la velocidad del barco para llegar con luz. Y lo más alta posible. Como os comentaba en un anterior post, la navegación en San Blas es complicada, en el sentido de que está sembrado de reefs y la cartografía no siempre es fiable. A veces ni “La Biblia Bauhaus” acierta. De hecho, íbamos a largar el ancla. Yo, como siempre, en la proa, vigilante (tengo que contaros que Julio me ha instalado un banquito de madera en el balcón de proa y ahora es mi sitio favorito, mío y de Julia, nos encanta cabalgar las olas mientras cantamos Ring of Fire, de Johnny Cash!!) De repente, nos topamos con un reef justo en la proa. Grito ¡ atrás a toda!, y, afortunadamente, salvamos el pellejo. Bueno, el barco. Finalmente, fondeamos sin mayor problema más atrás.
Cayos Coco Bandero es simplemente espectacular. Nos pasamos allí dos días, y, el viernes, vamos a Cayos Holandés.
El sábado 17 de septiembre es nuestro aniversario, nada menos que doce años, y nos vamos a Chichimé. Julia se levanta a las seis de la mañana para prepararnos un desayuno especial. Celebración a bordo en la cena, con un enorme chuletón de buey que teníamos reservado en el congelador para una ocasión especial, y qué mejor que ésta. De madrugada se forma una chocosana, o “culo de pollo”. Son frentes muy potentes, con viento del sur, de 35 nudos de media, llegando a veces a los 50. Pero estamos bien fondeados y lo pasamos sin problema. Lo bueno de las chocosanas es que duran, máximo, 45 minutos.
El martes 20 es el cumpleaños de Julio, Julia adorna el salón del barco con guirnaldas, y le fabrica a Julio una corona y un collar de joyas de cartulina. Esta niña es un encanto, de verdad.
El jueves salimos para Turtle Cay Marina, con la intención de repostar agua y combustible.
Mañana sábado, toca Isla Grande, a despedirnos de los amigos que hemos hecho allí: Alberto, nuestro paisano, gerente del Marino Hotel; Pupi; Janeth....
Desde Turtle Cay Marina, besos, abrazos, amor.