El domingo 24 de abril salimos de Turtle Cay, para ir a San Blas de nuevo, a Chichimé. Allí en Turtle Cay el generador empieza a dar problemas, se apaga. Nuestra sospecha es que el gasóleo está contaminado. Julio hace un primer chequeo, pasando un colador de red por el fondo. Descartamos la presencia de “moco” producido por algas. Habrá que seguir observando.
El archipiélago de San Blas, así como una parte del territorio continental, está habitado por los indios Guna, de hecho, el nombre del territorio es Guna Yala, y es autónomo con respecto a Panamá. Se consideran una nación, organizada y unida, con una estricta jerarquía de líderes tribales. Cada pueblo tiene tres “Sailas” (jefes), que ostentan la más alta autoridad. Asimismo, tres “Caciques” gobiernan la nación, cada uno representando una parte de Guna Yala. Los Sailas también son los guardianes de la espiritualidad, los conocimientos médicos, la historia....
Se trata de una sociedad matrilineal, siendo las mujeres las que controlan el dinero. Un hecho curioso es que cada coco tiene un propietario, esté en el suelo o en la palmera, incluso en las islas no habitadas. Está terminantemente prohibido coger un coco, de una manera u otra se enteran y puedes tener problemas. Por lo demás, son muy tranquilos, si bien, sobre todo al principio, mantienen cierta distancia con el extranjero.
Pasamos cuatro tranquilos días en Chichimé. Ahora que los alisios han caído, la brisa casi ha cesado del todo y hace más calor. Este mes de mayo es el de “tiempocambio” (palabra de guna), ya que en junio empieza la época de lluvias. Así que toca calor y, lo peor, muchísima humedad. También mosquitos y una mosca de tamaño minúsculo, llamada “chitra”, que, en cuestión de un nanosegundo, te regala cien picaduras por centímetro cuadrado de piel. Además, notas perfectamente el “mordisco” cuando te pican. Las hemos bautizado como “Refrey”, en honor a la mítica máquina de coser.
El jueves vamos a Cartí, una isla tan poblada que las cabañas de los guna parece que se fueran a caer al mar de un momento a otro. Allí compramos 40 galones de gasóleo.
El viernes nos movemos a otra isla, Kianidup, preciosa y con un pequeño establecimiento hotelero regentado por los gunas. Como es fin de semana, hay bastantes huéspedes y muchos niños. Nos pasamos el día en remojo (la atmósfera fuera del agua es cuasi invivible...), y Julia aprovecha para jugar. Hay niños colombianos y argentinos. Enseguida hace amistad con Clara, de su misma edad. Cenamos en el propio “hotel” (nada especial, por aquí las comidas son muy sencillas), y, mientras las niñas juegan a explorar la isla, sus padres y nosotros hacemos una grata sobremesa, a la que se unen Abel y Dyana, ambos funcionarios del Banco Mundial. Ella lidera proyectos para el desarrollo de los pueblos indígenas en Latinoamérica, por lo que tenemos oportunidad de intercambiar opiniones sobre los guna y también sobre los kogui, con los que estuvimos en la Sierra Nevada de Santa Marta. Se da la circunstancia de que acompañó a una comisión de koguis a Washington, y nos contó muchas anécdotas sobre esta visita. Imaginaos presenciar cómo un indio, que apenas ha visto más allá de sus montañas, se sube a un avión por primera vez y aterriza en una gran ciudad como Washington.
Al día siguiente repetimos, más playa, más charla , por la noche bajé la guitarra y pasamos un ratito estupendo, tocando y cantando.
El miércoles vamos a otro cayo, Salardup. Justo a la entrada, entre dos barreras de coral y en medio de un aguacero abundante, con viento de veinte nudos, se apaga el motor principal. Susto mayúsculo. Rápidamente, Julio cambia de filtro gracias al sistema de bypass y, afortunadamente, arranca de nuevo. Fondeamos, Julio revisa y cambia los filtros de gasoil, lavando los otros pues ya no nos quedan más filtros nuevos. Tras todas las comprobaciones, llegamos a la conclusión de que el gasóleo tiene exceso de parafinas. Problemón. Un fallo del motor es un riesgo altísimo, puesto que quedas sin gobierno y, precisamente, en esta área plagada de reefs. Se impone ir a puerto a vaciar depósito, limpieza del mismo, así como de inyectores. Pero, dado el riesgo, es necesario un remolque o ayuda externa en caso de que se pare el motor. Además no hay viento, exceptuando cuando cae un aguacero fuerte, con lo cual recorrer las 50 millas que nos separan de Linton Bay Marina se convierte en algo muy complicado.
Esperamos un par de días y, por fin, se levanta una tímida brisa. Tras contactar con Salvamento Marítimo de España, para que nos pongan en contacto con su homólogo panameño, se acercan al barco varios militares de la AeroNaval. Pero no disponen de medios y en Panamá sólo hay remolcadores para el Canal. Increíble, teniendo en cuenta el alto tránsito de barcos por estas costas. Nos derivan a un remolcador privado, pero el precio es altísimo.
Dado que contamos con un viento ligero, tomamos la decisión de ir a vela hasta las inmediaciones de Linton, y organizamos allí un remolque para las últimas millas, dado que la entrada en la marina es complicada debido a los reefs.
Y así lo hacemos. El remolcador nos ayuda las últimas diez millas y conseguimos estar amarrados en la marina el lunes, con los últimos rayos de sol. Os aseguro que la tensión y la preocupación de estos últimos días ha sido máxima.
Al día siguiente, el tema del gasóleo queda solucionado. De paso, revisamos la potabilizadora, que falla a 24 V y, en vista del magnífico travel lift con que cuenta la marina, aprovechamos para sacar el barco del agua, darle patente y cambiar ánodos.
El barco está fuera del agua una semana, aquí la efectividad y la productividad estan bajo mínimos. En tierra, el Alba Plena se convierte en un auténtico horno, así que un par de días nos vamos a un hotelito en Isla Grande, al menos para poder dormir fresquitos. Falla el suministro de agua, fallan los plazos de entrega del antifouling...en fin, una auténtica odisea. No me voy a extender en esto, pero ¿ recordáis el anuncio de Malibú, el de “me estás estresando”? Pues tal cual. De nada vale cabrearse, hay que adaptarse al mood caribeño y tener infinita paciencia. De modo que, doce días después, aquí seguimos, pues no acaban de reparar la potabilizadora. Esperemos que quede solucionado en breve, estamos deseando estar fondeados y poder bañarnos y tener brisa, para estar frescos a bordo.
Lo único bueno es escuchar en la selva cercana el abrumador sonido que producen los monos aulladores y las aves. Una gozada.
En unos días, además, recibimos invitados. Los esperaremos por aquí, dado que las oficinas de la Autoridad Marítima y de Inmigración en la Isla Porvenir, San Blas, han sido cerradas por falta de entendimiento entre el Gobierno de Panamá y los gunas. Así que tocará hacer los trámites en Portobelo.
Desde Puerto Lindo, besos, abrazos, amor. Y paciencia,mucha paciencia.
El archipiélago de San Blas, así como una parte del territorio continental, está habitado por los indios Guna, de hecho, el nombre del territorio es Guna Yala, y es autónomo con respecto a Panamá. Se consideran una nación, organizada y unida, con una estricta jerarquía de líderes tribales. Cada pueblo tiene tres “Sailas” (jefes), que ostentan la más alta autoridad. Asimismo, tres “Caciques” gobiernan la nación, cada uno representando una parte de Guna Yala. Los Sailas también son los guardianes de la espiritualidad, los conocimientos médicos, la historia....
Se trata de una sociedad matrilineal, siendo las mujeres las que controlan el dinero. Un hecho curioso es que cada coco tiene un propietario, esté en el suelo o en la palmera, incluso en las islas no habitadas. Está terminantemente prohibido coger un coco, de una manera u otra se enteran y puedes tener problemas. Por lo demás, son muy tranquilos, si bien, sobre todo al principio, mantienen cierta distancia con el extranjero.
Pasamos cuatro tranquilos días en Chichimé. Ahora que los alisios han caído, la brisa casi ha cesado del todo y hace más calor. Este mes de mayo es el de “tiempocambio” (palabra de guna), ya que en junio empieza la época de lluvias. Así que toca calor y, lo peor, muchísima humedad. También mosquitos y una mosca de tamaño minúsculo, llamada “chitra”, que, en cuestión de un nanosegundo, te regala cien picaduras por centímetro cuadrado de piel. Además, notas perfectamente el “mordisco” cuando te pican. Las hemos bautizado como “Refrey”, en honor a la mítica máquina de coser.
El jueves vamos a Cartí, una isla tan poblada que las cabañas de los guna parece que se fueran a caer al mar de un momento a otro. Allí compramos 40 galones de gasóleo.
El viernes nos movemos a otra isla, Kianidup, preciosa y con un pequeño establecimiento hotelero regentado por los gunas. Como es fin de semana, hay bastantes huéspedes y muchos niños. Nos pasamos el día en remojo (la atmósfera fuera del agua es cuasi invivible...), y Julia aprovecha para jugar. Hay niños colombianos y argentinos. Enseguida hace amistad con Clara, de su misma edad. Cenamos en el propio “hotel” (nada especial, por aquí las comidas son muy sencillas), y, mientras las niñas juegan a explorar la isla, sus padres y nosotros hacemos una grata sobremesa, a la que se unen Abel y Dyana, ambos funcionarios del Banco Mundial. Ella lidera proyectos para el desarrollo de los pueblos indígenas en Latinoamérica, por lo que tenemos oportunidad de intercambiar opiniones sobre los guna y también sobre los kogui, con los que estuvimos en la Sierra Nevada de Santa Marta. Se da la circunstancia de que acompañó a una comisión de koguis a Washington, y nos contó muchas anécdotas sobre esta visita. Imaginaos presenciar cómo un indio, que apenas ha visto más allá de sus montañas, se sube a un avión por primera vez y aterriza en una gran ciudad como Washington.
Al día siguiente repetimos, más playa, más charla , por la noche bajé la guitarra y pasamos un ratito estupendo, tocando y cantando.
El miércoles vamos a otro cayo, Salardup. Justo a la entrada, entre dos barreras de coral y en medio de un aguacero abundante, con viento de veinte nudos, se apaga el motor principal. Susto mayúsculo. Rápidamente, Julio cambia de filtro gracias al sistema de bypass y, afortunadamente, arranca de nuevo. Fondeamos, Julio revisa y cambia los filtros de gasoil, lavando los otros pues ya no nos quedan más filtros nuevos. Tras todas las comprobaciones, llegamos a la conclusión de que el gasóleo tiene exceso de parafinas. Problemón. Un fallo del motor es un riesgo altísimo, puesto que quedas sin gobierno y, precisamente, en esta área plagada de reefs. Se impone ir a puerto a vaciar depósito, limpieza del mismo, así como de inyectores. Pero, dado el riesgo, es necesario un remolque o ayuda externa en caso de que se pare el motor. Además no hay viento, exceptuando cuando cae un aguacero fuerte, con lo cual recorrer las 50 millas que nos separan de Linton Bay Marina se convierte en algo muy complicado.
Esperamos un par de días y, por fin, se levanta una tímida brisa. Tras contactar con Salvamento Marítimo de España, para que nos pongan en contacto con su homólogo panameño, se acercan al barco varios militares de la AeroNaval. Pero no disponen de medios y en Panamá sólo hay remolcadores para el Canal. Increíble, teniendo en cuenta el alto tránsito de barcos por estas costas. Nos derivan a un remolcador privado, pero el precio es altísimo.
Dado que contamos con un viento ligero, tomamos la decisión de ir a vela hasta las inmediaciones de Linton, y organizamos allí un remolque para las últimas millas, dado que la entrada en la marina es complicada debido a los reefs.
Y así lo hacemos. El remolcador nos ayuda las últimas diez millas y conseguimos estar amarrados en la marina el lunes, con los últimos rayos de sol. Os aseguro que la tensión y la preocupación de estos últimos días ha sido máxima.
Al día siguiente, el tema del gasóleo queda solucionado. De paso, revisamos la potabilizadora, que falla a 24 V y, en vista del magnífico travel lift con que cuenta la marina, aprovechamos para sacar el barco del agua, darle patente y cambiar ánodos.
El barco está fuera del agua una semana, aquí la efectividad y la productividad estan bajo mínimos. En tierra, el Alba Plena se convierte en un auténtico horno, así que un par de días nos vamos a un hotelito en Isla Grande, al menos para poder dormir fresquitos. Falla el suministro de agua, fallan los plazos de entrega del antifouling...en fin, una auténtica odisea. No me voy a extender en esto, pero ¿ recordáis el anuncio de Malibú, el de “me estás estresando”? Pues tal cual. De nada vale cabrearse, hay que adaptarse al mood caribeño y tener infinita paciencia. De modo que, doce días después, aquí seguimos, pues no acaban de reparar la potabilizadora. Esperemos que quede solucionado en breve, estamos deseando estar fondeados y poder bañarnos y tener brisa, para estar frescos a bordo.
Lo único bueno es escuchar en la selva cercana el abrumador sonido que producen los monos aulladores y las aves. Una gozada.
En unos días, además, recibimos invitados. Los esperaremos por aquí, dado que las oficinas de la Autoridad Marítima y de Inmigración en la Isla Porvenir, San Blas, han sido cerradas por falta de entendimiento entre el Gobierno de Panamá y los gunas. Así que tocará hacer los trámites en Portobelo.
Desde Puerto Lindo, besos, abrazos, amor. Y paciencia,mucha paciencia.